Benditos sean aquellos, que entienden lo torpe
de mi caminar y la poca firmeza de mi pulso.
Benditos sean aquellos, que comprenden que
mis oídos ahora se esfuerzan por oír las cosas que ellos dicen.
Benditos sean aquellos, que parecen comprender
que mis ojos están empañados y mi sentido del humor es limitado.
Benditos sean aquellos, que disimulan cuando derramo café sobre la mesa.
Benditos sean aquellos, que con una sonrisa amable se detienen a